Valla estaba sentada frente al fuego, contemplándolo, aún a unas pocas millas de Havenwood. Absorta, recorrió con el dedo una larga cicatriz que discurría por el contorno de su mandíbula.

No estás lista.

Un cazador de demonios siempre ha de templar su odio con disciplina.

Aún podía escuchar las palabras de Josen. Pero, cuanto más pensaba en ello, más se inclinaba a creer que quizás... quizás no estuviera del todo equivocado. Sus pensamientos retrocedieron hasta el incidente de las ruinas...

Delios y ella se habían internado profundamente hacia el sur en las Tierras del Terror, viajaron juntos durante varios días. Delios era grosero y brusco, lo cual la mantenía en tensión. Valla prefería actuar en solitario, pero Josen había insistido en que trabajasen en pareja.

Localizaron la guarida del demonio entre las ruinas largo tiempo olvidadas de una civilización desconocida. Valla resguardó su mente como Josen le había enseñado. Había advertido a ambos de que, con un demonio poderoso como aquel, la batalla trascendería lo meramente físico.

Vosotros sois la mayor arma del demonio ―había recalcado.

Mientras se abrían camino hacia abajo entre enormes losas monolíticas de piedra, Valla sintió que su agitación iba en aumento. La base de las escaleras se abrió hacia un abismo cavernoso en el que cientos de gigantescos pilares rocosos se erguían a lo alto de tal modo que sus capiteles se perdían en la oscuridad superior. Unos braseros ardientes emitían parches de luz parpadeante.

Delios se adelantó. Era necio e insensato. Valla sintió un latido en su cabeza. Podía sentir cómo el demonio se infiltraba en sus pensamientos. En su mente, su presencia tenía la forma de tentáculos negros que tanteaban, persuadían y provocaban. Valla empezó a pensar en todas las manías irritantes y cualidades negativas de Delios. Su agitación pronto se volvió enfado, que acabó siendo ira.

Delios volvió a adelantarse a pesar de que ella le había gritado que se detuviese. Este se giró y ella pudo observar una mueca retorcida en su rostro a modo de sonrisa. De repente, estuvo segura de que había sucumbido a la corrupción. Había cruzado la línea. Su ira hirvió hasta convertirse en furia ciega y supo que iba a matarlo. Era débil y patético. Acabar con su vida sería un acto de piedad.

Se adelantó. Delios permaneció donde estaba y seguía sonriendo para provocarla. Entonces corrió hacia él mientras Delios se guarecía tras un pilar. Valla lo siguió...

Había desaparecido. Sintió que el demonio estaba detrás de ella, como una presencia enorme y ultraterrena. En su mente, podía escuchar el eco de una risa. El demonio la había manipulado con la facilidad con la que un titiritero manipula las cuerdas de una marioneta. El Delios que había seguido no era real. Había perdido y ahora iba a morir.

Entonces se produjo una explosión y mucho de lo que ocurrió después solo lo recordó a modo de breves fogonazos: Josen luchó contra el demonio. Delios se acercó corriendo a ayudar. Valla recuperó la compostura a tiempo para disparar varios virotes con la ballesta. Josen gritaba palabras de expulsión.

―Puedo verte, Draxiel, perro faldero de Mefisto. En nombre de todos aquellos que han sufrido, ¡yo te exorcizo! ¡Desaparece, yo te maldigo, no regreses jamás! ―Josen disparó un virote, se produjo un destello cegador y el demonio desapareció.

Las ruinas habían sido una prueba. A Josen le encantaba decir que todo era una prueba, que la vida en sí era una prueba. Y Valla había fracasado. Ahora... ahora Delios también había fracasado. Y le había costado el alma.

Valla estaba decidida a derrotar a ese demonio, pero también a evitar el destino de Delios...

Lo hemos perdido. No es mejor que un demonio.

La hija del aserrador reprimió un escalofrío. Había más de una forma de expulsar a un demonio, pero Josen solo le había enseñado una manera. Además, en una ocasión le dijo:

―Cuando un demonio mira en tu interior, puedes devolver la mirada. Pero es la cosa más peligrosa que puede hacer un cazador de demonios.

Valla no volvería a repetir el error que cometió en las ruinas. Había madurado mucho desde entonces.

La cazadora de demonios sacó del bolsillo un grabado de su hermana pequeña, Halissa.

―Por ti ―susurró. Y, mientras las llamas de la hoguera se iban extinguiendo, inició una serie de ejercicios mentales que Josen le había enseñado.

Odio y disciplina

Cazadora de demonios

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